En condiciones de precariedad y con la esperanza como único refugio, miles de migrantes pasan la Navidad varados en la frontera sur de México, enfrentando las restricciones migratorias del gobierno mexicano y la incertidumbre sobre el futuro de las políticas de asilo en Estados Unidos bajo la administración de Donald Trump, quien asumirá el cargo en enero.
En Tapachula, la mayor ciudad fronteriza con Centroamérica, migrantes como Denys, un venezolano que lleva tres meses en su travesía hacia Estados Unidos, piden a las autoridades mexicanas al menos un espacio para descansar en paz durante las fiestas. Denys y su familia aguardan una cita de asilo a través de la aplicación CBP One, aunque el futuro de este programa está en duda.
“Así nos va a agarrar el Año Nuevo, tirados en la calle como perros, pero le damos gracias a Dios que podremos cocinar nuestras hallacas”, expresó Denys, quien prepara este platillo típico venezolano con medios improvisados, usando leña y utensilios precarios.
A pesar de la disminución del flujo migratorio hacia Estados Unidos reportada por el gobierno mexicano, que afirma una reducción del 75% en los encuentros diarios de indocumentados desde diciembre de 2023, la situación en Tapachula refleja una realidad distinta. Según cifras oficiales, entre enero y agosto de este año se detectaron más de 925,000 migrantes irregulares, un aumento interanual del 132%.
Para otros migrantes como José, también venezolano, la espera de su cita en CBP One se ha extendido tres meses. Sin empleo en la zona y dependiendo de la generosidad de los vecinos, José sueña con una resolución: “El mejor regalo sería que me salga mi cita, a mí, a mis compañeros y a mi familia”, declaró.
Mientras tanto, otros contingentes migrantes recorren la Carretera Panamericana en dos caravanas que avanzan hacia el norte. Sin certezas, miles de personas continuarán las fiestas caminando o descansando en campamentos improvisados, aferrándose a la fe y la solidaridad de quienes los rodean.