La compañía de teatro D’Bolsillo, con su emblemática muestra de esculturas vivientes de barro que rinden homenaje a la cultura zapoteca de Oaxaca, inauguró el Desfile de Día de Muertos 2024 en la Ciudad de México. Según datos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC), el evento atrajo a alrededor de un millón 300 mil personas, quienes disfrutaron del desfile que recorrió Paseo de la Reforma desde la Puerta de los Leones en Chapultepec, pasando por avenida Juárez y Cinco de Mayo hasta llegar al Zócalo capitalino.
El espectáculo incluyó un despliegue de danzantes de concheros, un monumental ajolote representando al dios Xólotl, y un carro alegórico encabezado por un xoloitzcuintle montado en una canoa, evocando el transporte ancestral que aún sobrevive en las chinampas de Xochimilco. En la cosmovisión azteca, tanto el ajolote como el xoloitzcuintle simbolizan guías de las almas en su tránsito al inframundo.
Con una participación de 70 contingentes y más de seis mil personas, el desfile contó con la colaboración de integrantes de los Puntos de Innovación, Libertad, Arte, Educación y Saberes (Pilares), las Fábricas de Artes y Oficios (Faros), y las Unidades de Transformación y Organización para la Inclusión Social (Utopías) de Iztapalapa. Otras deidades prehispánicas, como Coatlicue y sus 400 hijos, también se hicieron presentes, aportando un simbolismo especial al evento.
Entre los invitados destacados de otros estados, Puebla estuvo representado por la Aguiluchos Marching Band con 200 músicos, acompañados de comparsas y danzas de diversas regiones del país, como la Flor de Piña de Tehuantepec y los Diablos de la costa chica de Guerrero y Oaxaca. Al final, el emblemático Salón Los Ángeles desfiló con dos carros alegóricos, uno con rumberas y pachucos, y otro con una orquesta interpretando danzones, recordando al público su famosa frase: “Quien no conoce Los Ángeles no conoce México”.
Antes del inicio del desfile, la jefa de Gobierno, Clara Brugada Molina, dio la bienvenida a los asistentes y resaltó el valor de esta tradición milenaria. “La muerte no es el final, es parte del camino de ida y vuelta. Cada año los muertos regresan del Mictlán y la ciudad se convierte en una gran ofrenda iluminada con flores de cempasúchil y papel picado”, concluyó.